El 7 de septiembre de 1910 Padre Pío estaba rezando bajo el olmo situado en Piana Romana cuando experimentó la primera aparición de los estigmas en manos y pies. Él mismo lo describió así a su superior, el padre Benedetto: “En el centro de las palmas de las manos apareció una mancha roja, del tamaño de un centavo, acompañada de un intenso dolor. También debajo de los pies siento dolor”.
Padre Pío no puede explicar ni comprender lo sucedido y esas manchas rojas le producen vergüenza, por lo que le pide a Jesús que haga desaparecer los estigmas visibles de su cuerpo. Jesús lo escucha. Las manos y los pies del fraile vuelven a estar como antes, sin señales y sin marcas, aunque el dolor no desaparece.
Fue el propio padre Benedetto, superior del fraile estigmatizado, quien le aseguró que “este hecho no significaba un abandono de Dios, sino que eran señales de su fino amor”, se trataba, por tanto, de los signos de los estigmas del Señor.
El fraile capuchino llevó en su cuerpo las cinco llagas de Cristo crucificado durante 50 años. Primero las sufrió de forma no visible, pero más tarde, quedaron impresas en su cuerpo para siempre.
Fue el 20 de septiembre de 1918, estando en oración en el coro de la iglesia, cuando Padre Pío recibe los estigmas visibles en sus pies, manos y costado.
Los estigmas del Padre Pío eran heridas profundas en el centro de las manos, de los pies y en el costado. Los tenía, literalmente, traspasados, y de ellos salía sangre a diario. Padre Pío se convierte así en el primer sacerdote estigmatizado de la historia.
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